¿Qué mundo creaste con esas palabras?

por Mayra Nebril

“Un idioma se define menos por lo que permite decir, que por lo que obliga a decir.”
Roman Jakobson

Esta frase de Jakobson, citada por Roland Barthes en la clase inaugural de la cátedra de semiología lingüística del College de France, apareció en mi universo de cuestionamientos en un momento en que el lenguaje en la clínica psicoanalítica era el eje de mis pensamientos.  Frase que a contraluz nos muestra que además de obligarnos a decir de determinada manera, el lenguaje nos imposibilita a decir de otra, ya que lo que podemos decir, lo que podemos pensar y lo que podemos llegar a preguntarnos depende del lenguaje con el que contemos. No es lo mismo contar con la lengua china, que con la turca o nuestro querido español, ya que el idioma en el que hablamos define los problemas que tendremos y las soluciones posibles a las que arribaremos.  Es  el lenguaje quien crea el mundo en el que vivimos, es el español nuestro  estado de sitio a la razón.  Hay lenguas que ponen el énfasis en el sujeto antes que en la acción, acción que no será más que una consecuencia de lo que soy, otras que no obligan a definir el género gramatical, otras que clasifican el mundo en animado o inanimado,  y otras en las que la relación afectiva tú, vos, usted, es necesario definirla antes de empezar a hablar.  Por este motivo es válido también saber que hay preguntas, razonamientos, que el lenguaje no nos permite hacernos en un idioma y sí en otro, lenguas en las que florece más la ciencia, y lenguas en las que germina mejor la literatura fantástica. 

Pero, ¿dónde se tocan estos conceptos de la lingüística con el psicoanálisis, campo de acción e interés en mi caso? El lenguaje es la materia con la que los psicoanalistas trabajamos.  Lalengua, neologismo lacaniano complejo, remite entre otras cuestiones a la apropiación que cada quien hace de la lengua materna, el pasaje de ese lenguaje general, como podríamos pensar al idioma español, al acervo lingüístico de cada grupo familiar, y de allí a la apropiación particular de ese sujeto.  Su modo de decir, que nació con la síntesis que hizo al aprehender el mundo, el horno en el que cocinó su realidad, será en definitiva su manera específica de estar en el mundo.  Sobre las peculiaridades de esa construcción lingüística trabaja el psicoanalista, adentrarse y desentrañar qué mundo se creó con esas palabras.  

Podríamos preguntarnos: ¿a lo largo de un análisis, ese lalengua del analizante, se modifica? Y de hacerlo, ¿a través de qué caminos será posible?  Sabemos que hay asuntos que al empezar un tratamiento no pueden hacerse, ni pensarse, entre otras razones porque no se cuenta con las palabras para que el pensamiento nazca, crezca y corra subjetivamente hablando; ya que el idioma está, pero la apropiación del mismo para que las marcas hagan serie, llevará un buen tiempo de trabajo.  A veces en el transcurso de un tratamiento se nota que el paciente comienza hablando de una forma y luego es otra su manera de decir sobre lo mismo, más adjetivos, más metáforas, menos frases hechas, menos estereotipos. ¿Otro mundo? ¿Si la posición subjetiva se modifica, también con ello lo haría lalengua?, ¿el trabajo sobre el significante de qué manera talla en ese lalengua del paciente? O ¿lalengua, siempre materna, no acepta modificaciones después de los primeros años?

Me he sorprendido escuchando pacientes en los que su quehacer, su pasión (música, arquitectura, etc.) talla en los sueños, y entonces el universo onírico es musical o contiene indicaciones de construcción precaria o sólida, y entonces me he preguntado ¿cuánto de la adquisición de un oficio, un universo teórico como puede ser la música, la arquitectura y por supuesto también el psicoanálisis construye el universo significante? O es que ¿reconstruye? 

Para terminar, una cita del Seminario 20 de J. Lacan, una frase en la que nos abre la puerta a su saber hacer con la teoría psicoanalítica.

“El lenguaje sin duda está hecho de lalengua.  Pero el inconsciente es un saber, una habilidad, un savoir-faire con lalengua.  Y lo que se sabe hacer con lalengua rebasa con mucho aquello de lo que puede darse cuenta en nombre del lenguaje.”

Mesa de luz - junio 2012


Paola     



En esa manía de leer al menos dos o tres párrafos antes de entregarme al extraño mundo del sueño me acompañan -en este tiempo- Virginia Woolf y Milan Kundera. Para ser sincera, lo novedoso de “este tiempo”, es la alternancia entre V. Woolf y M. Kundera. Virginia Woolf siempre está en mi mesa de luz, no así Kundera.

Las olas, para las noches en que el arrullo del mar se vuelve la condición para entregarme al sueño. Si llueve y hay tormenta, ¡no hay placer mayor!

Un encuentro, para cuando el sueño ya se ha instalado en mis ojos, pero necesito aún un último destello de inteligencia que restaure mi pasión por la cultura. Con elegancia y elocuencia Kundera escribe sobre sus grandes pasiones. La pintura, la literatura, la música se recortan a través de los autores que escoge. Se asiste mediante una lectura ágil pero consistente, a la manera peculiar que este escritor tiene de estar en relación con otros autores, muchas veces sus contemporáneos. Siguiéndolo en su lectura, experimento cierto alivio.

Ah! Me olvidaba…algunas otras noches me dejo llevar al salón por Jane Austen. Escudriño entre los cortinados, los brocatos y el frufrú de los vestidos, el ingenio de esas mujeres para poder sentir, expresar y decir sin quebrar una sola regla del protocolo. ¡Qué arte!

Para mí leer Jane Austen, las hermanas Brontë o Virginia Woolf funciona como la preciosa cachila de la película Medianoche en París de Woody Allen, es un transportador...
Si uds. supieran qué intensas y geniales se tornan las reuniones de los jueves en Bloomsbury!...algún día les contaré.



  Cecilia

Soy una tipa bastante despelotada en uno o dos mil aspectos. Uno es mi mesa de luz. Sin llegar a la exageración del apartamentucho de Oliveira y la Maga -una gran mesa de luz todo él- atiborrado de libros y vinilos, mi mesa de luz también es metáfora y metonimia.

Mis libros se aburren desordenados en cualquier lugar, sin que yo sepa cómo fueron a parar ahí, ni cuándo. Y menos que menos, por qué.  Porque sí. ¿Por qué no?

Lo cierto es que mi lectura despatarrada sobre el lecho es ciclotímica. Por momentos exageradamente devoradora -los menos-, por momentos exageradamente inexistente; y el resto del tiempo alguna zona intermedia del espectro. Ventajas y desventajas de la vida real, qué se le va a hacer. De la mía, claro.

Antes abría un libro para leerlo todo y llegado el fin depositarlo en la zona de los libros pasados. No tomaba otro libro en el mientras, pues el libro me tenía tomada a mí. Hace un tiempo mi lectura se ha vuelto un poco promiscua: abro y cierro libros muchas veces en las mismas temporadas, de los que retengo apenas algo y rara vez recuerdo dónde leí, qué. Por eso mismo mi mesa de luz se llena a ritmo más rápido de lo que se vacía y termino encajándole frases a autores que no las escribieron y creo, lo que es peor, mezclando el principio de la frase de uno con el medio de la frase de otro y el final de un tercero. Pobre gente.  Ha muerto el autor, la pucha, ya lo decían (¿quiénes?), no hay caso. Para su suerte -y mi desgracia-, rápidamente olvido también mis engendros, y ya todo pasa a una amnesia general que me impide rearmar derroteros. Soy malísima para las citas. Para retenerlas, digo. Me aburre. Pasan a mi acervo, supongo, aunque no pueda reproducirlas. En el fondo tengo alma de plagiadora.

Mis libros promesas pasadas de futuro me sorprenden: no recordaba tener en la mesa de luz a Idea Vilariño allá debajo de la pila, con el precioso libraco enorme, tapa dura La vida escrita. Me duró poco el entusiasmo o el recuerdo porque está allá abajo, lleno de polvo. Menos aún recordaba tener a Jorge Luis Borges con Prólogos con un prólogo de prólogos (¿cuándo me compré ese libro?). A ese ni lo abrí, según creo. Sí recordaba el libro de correspondencias de Onetti con Julio E. Payró, que me compré a la salida de una conferencia en el Paraninfo de la Universidad.  Y por último Cambio de piel de Carlos Fuentes, herencia de mi madre, es el que corona la pila. Sobre una caja del otro lado de la cama alcanzo a ver los Cuentos Completos de Cortázar, y Rayuela, desvencijado pero digno, también herencia de mi madre, libro que amo -texto y materialidad-, que siempre anda por ahí, pese a haberlo jugado ya varias veces, al derecho y al revés; algo raro en mí.

De lejos no identifico los libros que hay debajo. Pero todo esto no dice mucho de mí. Si no agrego que están ahí forrados de polvo, que cada tanto se renueva. ¿Eternas promesas de seducción siempre en suspenso?

Sin embargo hay libros presentes. Los que no llegan a estar sobre la mesa de luz -esta vez literal. Desparramados por la cama y resto de la casa: Fuera de género. Criaturas de la invención erótica de Roberto Echevarren, prestado, lo empecé a leer en estos días. El susurro del lenguaje de Barthes, me salió un huevo, pero bien pagado; lo empecé hace un tiempo -lo voy leyendo de a ratos. Hoy lo vi en el escritorio, pero es un libro con patas. Ayer estaba en el living y antes en mi cama, según creo recordar. Y de Littau, Teorías de la lectura. Libros, cuerpos y bibliomanía, está confabulado con el otro, parece, porque los veo siempre abrazaditos, uno sobre el otro. Y otros de psicoanálisis, que no nombro para no aburrir más con mis desórdenes literarios -y para que no me relajen mis contertulias, por mis escrituras interminables. Mejor me voy a leer un rato el horóscopo. Permiso.



Mayra       

En esta sección, Mesa de luz, deberían figurar los libros que estamos leyendo, aquellos que descansan a lo largo del día, esperándonos cada noche. Pero me he dado cuenta que pocos son los ejemplares que llegan a mi mesa de luz, ya que mi lectura está determinada por los espacios en los que se produce.

¿Qué estoy leyendo hoy? La lógica del fantasma, Seminario 14 de Lacan, y El susurro del lenguaje de Barthes, los leo mayormente en las horas libres del consultorio, nunca estarían a mi lado mientras duermo. Insomnio sería el resultado. Cocina mediterránea y Berreteaga express pertenecen a mi cocina y nunca han subido al primer piso. Algunos ejemplares de la Revista Lea y Mafalda están en el baño desde hace meses. El libro negro de Pamuk, con el que descubro cada noche cómo se ve occidente desde oriente, es el recién llegado a mi mesa de luz, y se apoya sobre Rayuela de Cortázar.

Los autonautas de la cosmopista de Cortázar, mi conjuro y fetiche desde hace tiempo, me gusta releerlo en el sillón junto a la biblioteca, mientras escucho música, pero él viene conmigo al consultorio, a la cocina, al baño y llega también al dormitorio a velar mi sueño.



  Elianna

Optar por vivir en un lugar alejado del centro de Montevideo, me proporciona la posibilidad de, en los largos viajes de ómnibus de casa a uno de los trabajos o a Humanidades, siempre que consiga un asiento e iluminación potables, leer. El ómnibus se ha convertido en mi lugar principal de lectura. Creo que no sólo los viajes se acortan con un buen libro, sino, y sobre todo, se dignifican. Porque, ¿qué sería de una si no pudiera evadirse del petinatti vespertino, por nombrar solo un programa que muchos choferes insisten con hacer escuchar a los transeúntes? ¿Qué será de los que no tengan cómo esquivar la risa fácil e irrespetuosa, el drama humano refritado y vendido en el acto por la módica suma de cinco minutos de protagonismo berreta, la burla procaz y malpensada como leitmotiv de la radiocomunicación? No lo sé. Las maletas del viajero, una antigua recopilación de delicadas y reflexivas crónicas de José Saramago, me refugia y me salva de tales tempestades estos días.

En casa, para los ratos libres que son sobre todo los fines de semana, retomé un artículo de Paul Ricoeur que hacía años había tenido que estudiar para el IPA. A poco de retomar dicha lectura, tuve la suerte de hacerme del libro: Hermenéutica y Acción, una joya para leer con lupa. En eso estoy.

Entre los libros que uso para consultas sobre corrección de textos, los ineludibles son Palabras más, palabras menos, de M. Cristina Dutto, Silvia Soler y Silvana Tanzi; y, por supuesto, Ortografía y ortotipografía del español actual, de José Martínez de Sousa. Ellos, si bien tienen su lugar en uno de los estantes de la biblioteca del living, se encuentran siempre sobre el tocadiscos, en el escritorio cerca del teclado, o en la mesa de luz, etcétera.

Por último aunque quizás debería haber empezado por aquí: me gusta mucho la poesía. Entre mis poetas de cabecera están, por supuesto, Miguel Hernández e Idea Vilariño, que me acompañan desde hace muchísimos años. Así pues, dos antologías poéticas de M. Hernández, y Poesía Completa de Idea, permanecen bien a mano, junto al sillón y la lámpara, en el estante del teléfono. Es uno de mis momentos más disfrutables quedarme en el sillón a leer y releer –aunque a veces la recuerde de memoria, cada vez como si fuera la primera, un poco de su poesía.


8 de Junio de 2012






Ustedes lectores       

Como retribución por haber compartido sus mesas de luz, les hablaré de la mía.
Siempre estoy leyendo una o dos docenas de libros al mismo tiempo, en forma errática e interrumpida, pero hay uno que llevo conmigo a todas partes. Es mi elegido del momento, soy capaz de leerlo mientras camino por la calle y aun en lugares menos confesables. Por supuesto, ese es el que me acompaña a la cama y duerme a mi lado en la mesa de luz.
Anoche terminé de leer "La barca silenciosa", de Pascal Quignard, menos bello pero más triste que "Lo bello y lo triste", de Kawabata. Quignard está enamorado de la muerte.
Ahora empecé a leer "Symptôme nous tient", de Gilles Chatenay. Cuando lo termine, les cuento.

LA MESA DE LUZ ME REMITE A LO INTIMO, A LO CASI SECRETO E INCONFESABLE PARA OTROS , A LA MESA DE LUZ DE MI ABUELA CON SU CAJONCITO PROHIBIDO Y POR PROHIBIDO PUERTA DE TENTACIÓN Y A LA PUERTITA DE LA BOTINERA...
SOBRE ELLA SOLO UNA CAJA DE ASPIRINAS BAYER Y UN VASO DE AGUA NADA MÁS, NUCA LA VI LEER.
NO TENGO MESA DE LUZ, A MI CABECERA TENGO UNA BIBLIOTECA Y A MIS PIES UNA REPISA, AHÍ DESCANSAN Y JUNTAN TELARAÑAS LOS CONSAGRADOS CON LOS INCONFESABLES, LOS EURIDITOS CON LOS COMERCIALES CHAMUSEROS.
NO HE VUELTO A LEER SERIAMENTE DESDE QUE MI AMIGA PAOLA ME REGALO EN FEBRERO " EL PAÍS DE LAS ULTIMAS COSAS" DE AUSTER, NO ME GUSTO, NI ME APASIONO Y LO LEÍ POR NO SENTIR QUE TRAICIONABA A UNO DE MIS ESCRITORES PREDILECTOS.EL LIBRO AUN NO ME HA SOLTADO Y AUNQUE NI ME LE ACERCO ME TIENE TOMADA, AHORA MIRO PINTURAS DE MIRO Y LEO LA BRUJA WINNIE, ALGUNA REVISTA SEMANARIO QUE RESCATO DEL CAJON DE LAS PIÑAS Y AUNQUE LE FALTAN HOJAS NO IMPORTA POR QUE NO DICEN NADA POR ESO ILUSTRAN MUCHO LA REALIDAD. ESPERO LEER MÁS DE USTEDES.UN ABRAZO

¿y qué hay de los rollos de papel higiénico, los vasos de agua, los remedios a los que tenemos que echar mano los insomnes, las boletas sin pagar-signo inequívoco de las facturas que nos pasamos a nosotros mismos-, la sempiterna pelusa, la revista de crucigramas (o sudoku, que es más cool) obsoleta, el opúsculo del supermercado vernáculo, los lentes, algo de comer que nos llevamos junto al tálamo...? ¿Siempre las mesas de luz estarán llamadas a grandes destinos?

"Te señalé la luna, y miraste mi dedo".

Mi mesa de luz es antigua, de roble, esconde entre sus vetas quién sabe cuántas historias que parecen darle vida; recuerdo que lo nuestro fue amor a primera vista cuando me encontró en el taller de un restaurador. Hoy guarda una serie de objetos que quienes me quieren, han hecho para mí con esmero. Los zapatones de lana tejidos por la bisabuela, que en cada invierno reciben a nuevo par, pero que lamentablemente no logro usar por más de cinco minutos, ya que nací para dormir descalza. Este es uno de los secretos que le confío guardar tras su puerta.
Los portalápices, portalentes, llaveros, marcalibros y demás objetos elaborados por mis hijos en goma-eva, corcho, acetato, decorados con brillantes colores, que llenan el cajoncito, convirtiéndolo cuando está abierto, en un excelente estante donde puedo apoyar los libros que me acompañan. Sobre la mesa no tienen espacio, allí están la lámpara, el portaretratos, el alhajero, las cremas y el único perfume que en general uso.
-¿Será que las mesitas de luz padecen también de sobrepoblación, entre otros males de nuestro tiempo?- (ni hablar del despojador, el baúl y la tabla de planchar que la secundan en el pasillo!).
¿Alguien sabe por qué los despojadores se llaman así?, porqué insistimos en atiborrarlos de cosas que sistemáticamente se caen cuando queremos agarrar otra?. ¿Por qué la chalina o la cartera que queremos siempre está abajo de todo lo demás?. ¿Alguien conoce algún diseñador de placares que contemple un lugar para las cosas que solemos usar las mujeres?...
Retomando, en el estante de mi mesa de luz hoy están "Orígenes" de Amin Maalouf y "Estambul" de Orhan Pamuk. Últimamente he incursionado en la escritura de varios pueblos orientales, y en general me encuentro con gratas sorpresas. Les recomiendo también a Kader Abdolah.

En mi mesa de luz tengo libros y juguetes el libro se llama La Chica de la Capa Roja

un recuerdo


en el rincón hueco de un árbol
encontré
palabras acurrucadas que alguna vez dije
gestos dispersos que acompañaron esas palabras
hace veinte años en este lugar

escuché, tan clara
la voz chillona indomable abierta de lo ido
(los niños gritan con el cuerpo hacia la eternidad)
sentí de nuevo la posición inadecuada de los pies en la rayuela
la retirada de las hojas
al ser barridas por el viento de las seis

como un mosaico de nubes en la memoria
volví a mirar con aquellos ojos
volví a tocar la boca seca de los días
que ya he bebido hoy.

G.F.









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