Mesa de luz en otoño

Paola Menta

El otoño ha llegado ¡por fin! y con él, el aumento de la pila de libros en la mesa de luz. De entre los “apilados”, los primeros que estimularon mi curiosidad fueron: el primer tomo de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust y El señor de las moscas de William Golding. 

Con Proust había avanzado unas cuantas páginas en las que casi estaba decidida a abandonarlo cuando, en la página sesenta y uno sucedió el milagro. Lo que allí leí renovó ¡y cuánto! mi predilección por los clásicos. Confieso que he vuelto a leer ese pasaje al menos cuatro o cinco veces y no he podido avanzar más, aún. Con libros de esa textura, sensibilidad y precisión prefiero leer párrafo a párrafo lentamente, sin apuro, con la tranquilidad que sólo se consigue al comprender que no hay a donde llegar. 

Con Golding todavía no me he encontrado, no sé si no lo he encontrado a él o él no ha logrado encontrarme a mí, ¡pero cuarenta páginas no son nada!  más bien un par de líneas leídas en la noche, con los ojos medio cansados y ya con ganas de dormir, así que le daré más tiempo; tiene a su favor mi profundo aprecio y admiración por la literatura inglesa. 

En otra clave y en otro ritmo me ha sumido la lectura de La dirección de actores en cine de Alberto Miralles. A través del complejo trabajo del actor de cine, el libro me puso a pensar en temas fundamentales para el psicoanálisis, además de reírme con algunas anécdotas de backstage que Miralles toma de los libros de memorias de actores y actrices como Katherine Hepburn, Marlene Dietrich, Michael Caine, Kirk Douglas y Mia Farrow,  entre otros. 

“Transformarse es ser otro, vestir como otro, moverse como otro, hablar como otro, pensar como otro y sentir como otro"  dice Miralles en la Introducción.

¿Cómo es eso posible? ¿Mediante qué mecanismos (qué palabra fea!....probemos allí otra…) procesos alguien es capaz de pensar (es decir, habitar una lógica en función de la cual se estructuran, justifican y fundamentan los actos y pensamientos de alguien) y sentir como otro?

Pienso por ejemplo, en Glenn Close en Atracción Fatal o en Cate Blanchet en BlueJasmine o Meryl Streep en La decisión de Sophie o Nicole Kidman en Las Horas… ¿Cómo es posible que alguien sea capaz de encarnar esos sentimientos al grito de “Acción” y volver de ellos? 

“Pagamos –dice Miralles- una entrada para ver los celos de Otelo, los amores desgraciados de Romeo y Julieta, o las bravuconadas de Don Juan Tenorio. Pagamos por ver el esfuerzo de los actores por convencernos de que son esos personajes”.

Pero entonces ¿de qué están hechos los sentimientos?, ¿cómo se construyen?, ¿por qué el actor es capaz de discriminar diversos sentimientos y ponerlos en acción en la situación que corresponda y con la intensidad adecuada?, ¿de qué está hecho su arte?

Por otra parte, ¿por qué necesitamos ver/poner en escena esos sentimientos?, ¿por qué necesitamos, y pagamos por eso, que alguien realice para nosotros ese esfuerzo de transformación que Miralles define como “violencia psíquica voluntariamente deseada”? 

Otra pregunta se desprende de la anterior: ¿hasta dónde es posible llevar adelante una transformación del actor sin riesgos? ¿Cómo pensar en el caso de la transformación la relación entre ficción y realidad? 

Sin duda, habrá interpretaciones que no serán sin consecuencias para el actor, habrá interpretaciones que no serán sin marca: “Sean Connery llegó a firmar, inconcientemente, autógrafos con el nombre de James Bond. Bela Lugosi, el paradigmático intérprete de Drácula (1931), de Tod Browning, dormía en un ataúd. Johnny Weissmuller, ya en el umbral de la muerte, gritaba como Tarzán. Daniel Day-Lewis fue internado en un psiquiátrico tras perder la cordura en plena actuación de Hamlet”.

En fin…las preguntas ¡bullen! y las lecturas empiezan a relacionarse unas con otras. 

Recuerdo, mientras escribo, que en el libro Cuando los que escuchan hablan de María Esther Gilio, Lito Benvenutti plantea, en el caso del autismo, la falta de capacidad de ser otro. Me figuro esa frase como estar preso dentro del ser, algo así como ser siendo siempre, por siempre solo ser.

Entonces, mientras el trabajo del actor me sume en la ambiente del otro, de los otros, de la observación del otro, del intento imposible de comprenderlo, de pescarlo en su lógica, de intentar saber cómo sufre, cómo ríe, cómo enfurece, cómo ama, cómo desea y qué, la apreciación de Benvenutti me sume en el mayor de los silencios,  ese en el que nada ni nadie hace señas.

El trabajo del actor, el trabajo del director de actores, la relación entre el director y el actor, me permiten iluminar zonas que hacen también a la clínica psicoanalítica. 
Para continuar con esta pequeña investigación llegó a mi mesa de luz hace pocos días Meryl Streep. El libro es de Phaidón y pertenece a la colección Cahiers du Cinema, Anatomy of an actor, la autora es Karina Longworth… ¡great expectations!




Libros citados:

Proust Marcel, En busca del tiempo perdido. Por el camino de Swann. Edit.: Alianza, 2009.
Golding, William, El señor de las moscas. Edit.: Planeta DeAgostini, 2003.
Miralles, Alberto, La dirección de actores en cine. Edit.: Cátedra, 2000.
Gilio, María Esther, Cuando los que escuchan hablan. Edit.: Libros del Zorzal, 2010.
Longworth, Karina, Meryl Streep. Edit.: Phaidón, 2013.

Fotografía: Annie Leibovitz para Vanity Fair; retrato de Meryl Streep y Patrick Shanley.
http://www.vanityfair.com/culture/features/2009/03/actors-directors-portfolio200903_slideshow_item10_11

Jorge Luis Borges en Langue Lengue

El 19 de setiembre de 1980, la Escuela Freudiana de Buenos Aires recibía al escritor Jorge Luis Borges.  En ese encuentro, en el que según se cuenta, Borges pidió tener un diálogo y no una exposición solitaria, el poeta pudo decir: 

…"el sueño es una actividad estética, quizá la más antigua del hombre, y eso estarán de acuerdo, ¿no? ya que el sueño vendría a ser una forma de poesía, y más aún, no sólo de poesía sino de arte escénico, vendría a ser la primera forma del drama con varios personajes, vendría a ser, sí, la primera forma del drama, pero que se da; como decía Góngora: “El sueño autor de representaciones, en su teatro sobre el viento armado sombras suele vestir de bulto bello” “Sombras suele vestir”…fue usado por José Bianco como título de una hermosa novela; sí Sombras suele vestir. Sí, vendría a ser esa idea, la idea de los sueños como el género estético más antiguo". 



Borges en la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Edit.: Agalma. Pág.: 33.
Fotografía: Portada de Revista Life 1968.



Lecturas de otoño

Mayra Nebril

¡Qué lindo es leer a cuatro ojos y en voz alta! El libro de las tierras imaginadas de Guillaume Duprat, ha sido un excelente descubrimiento para tales fines. Las leyendas más insólitas creadas por la humanidad acerca de una geografía, delirante a veces, y poética otras, es relatada y puesta en imágenes que nos desorbitaron los ojos y arrancaron frescas carcajadas- contraproducentes para el sueño que la lectura buscaba, excelente para el inicio de conversaciones únicas. Además, y no es para nada menor, sus páginas tienen solapas a levantar, textos a descubrir, el libro es en sí mismo un precioso objeto.


Otro libro que me espera cada noche sobre mi mesa de luz, es Cortázar de la A a la Z: Un álbum biográfico, edición Aurora Berárdez y Carlos Álvarez Garriga, también vale por su belleza, lindo tamaño, lindo diseño, lindas fotos; una invitación a h ojearlo a la manera de una tirada de tarot, una rayuela, una ruleta que haré girar por ustedes...

Casamientos, página 64, hay dos fotos, en la superior Cortázar y Aurora Bernárdez subiendo una escalera al costado del Sena, él de saco y corbata, tan alto, la mira a ella, la nuca de ella, que vistiendo una pollera y chaqueta, probablemente negros, con los ojos entornados dirige la vista al río, aun sin poder verle la mirada, se sabe de la alegría en el rostro de Aurora. Es una fotografía del día de la boda, 1953.
Abajo otro pequeño retrato del día de la boda con Carol Dunlop, 1981, aparecen en la imagen Cortázar, Jean y Raquel Thiercelin, Claribel Alegría y Luis Tomasello. ¿Y la novia? Probablemente esté detrás del lente.
Ambas fotografías están acompañadas de cartas a amigos a los que les cuenta de sus respectivos casamientos.

Casas, página 65, hay dos fotografías de lugares en París en los que vivió Cortázar, y una carta rodeando las imágenes, la última frase de esa carta que está dirigida a las Duprat -¡¡¿cómo el escritor de El libro de las tierras imaginadas!!!???? ay, Julito, sos incansable, dice la carta- Yo seré un fantasma incansable, alguna vez, ¡tengo tantas casas que visitar de nuevo, diseminadas en la ciudad, en los pueblos, en las novelas, en la historia...!

Por último, para que me ayude a desasnarme y me permita mejor perspectiva sobre interrogantes que burbujean en mi pensamiento, leo pacientemente Historia de la ideas estéticas y de las teorías artísticas contemporáneas, volumen I y II, Valeriano Bozal editor; descubro, como suele sucederme, que MIS preguntas antes les pertenecieron a otros, Addinson, Burke, Hume, Kant.

¡Qué difícil es llegar temprano a los cuestionamientos importantes!

Los Petitás de los grandes psicoanalistas: inauguración de la columna de la tía Chichita


Estimados lectores y estimadas lectoras:

Me dirijo a ustedes para hacerles saber que durante los meses próximos estaré participando de Langue Langue.

Las colegas promotoras del blog, me hicieron saber el interés que mi teoría y técnica ha suscitado entre el público especializado uruguayo, incluso me han hecho llegar algunas consultas sobre la domesticación de petitás y el no sabuaaarfer con el encandilamiento agalmático de ciertos petit-á, motivo por el cual al recibir la invitación a trabajar Ética y estética en psicoanálisis, tópico de mi absoluta especialidad, he decidido sostener un espacio que bauticé como: LOS PETIT/ás DE LOS GRANDES PSICOANALISTAS.

¿Qué vínculo tienen los petitás con la estética y la ética en psicoanálisis? 
Una muuuy íntima relación, queridos. 

De a poco iremos entrando en tema, pero por el momento sería suficiente con que vayan abriendo las cabezas para darle cabida a las preguntas, ¿qué estética reflejó la ética de Freud?, ¿y la de Lacan?, ¿la de Klein?, ¿la de nuestros analistas?, ¿de qué estética dan cuenta vuestros consultorios?

Sabido es para mí, -no se preocupen que estoy aquí para enseñárselos a ustedes, y para crear un efecto de transmisión expansivo que funcione como TTTsunami arrollador de conocimientos-, o sea, pretendo ser el petitotro que les ilumine la zona de la estética de cada psicoanalista famoso y de sus petitás de batalla, ya que allí están encerradas, esperando nuestra lectura, las posibilidades de análisis que tuvo a su alcance cada uno de ellos. Así de terminante lo afirmo, y así de contundente espero sea la conclusión a la que arriben luego de terminar de leer la columna quincenal.

Me despido de ustedes con saludos cordiales, y les recomiendo, a modo de preparación o de rifreshhhhhh, que vuelvan al cuento de La tía Chichita y los Petitás, o crónica de las Lacanoamericanas, el texto en que esta muchacha, Nebril, expuso, aunque sin previo consentimiento, a modo de síntesis alabadora, mi esmerada exposición en el evento psicoanalítico- pero si aún así no entienden, las colegas de Langue Lengue les facilitarán el material complementario, seminarios del 1 al 25 de Lacan, supongo que los Escritos pueden por el momento evitarlos.
Suya,
La tía Chichita



por Mayra Nebril

La estética del psicoanálisis, ¿existe?

Durante el verano, distintas situaciones nos llevaron a reflexionar acerca de la belleza, la estética, la fealdad, la ética. Nuestras tertulias vía mail fueron envalentonándose con apreciaciones que arrojaban luz sobre preguntas que hasta ese momento no sabíamos que nos interesaban.

¿Cómo se sabe de la estética en un escritor?, ¿es importante?, ¿para qué?, ¿por qué? 

Golding y Amado hablan de temas parecidos en sus respectivos libros El señor de las moscas y Capitanes de la arena, en ambos textos una banda de niños desamparados es protagonista y refleja la naturaleza humana, pero la manera de presentar la situación es muy distinta. 
Comenzamos a querer saber si las peculiaridades que hacen tan único a un escritor son cuestiones estéticas, o si son de estilo, ¿cuál sería la diferencia entre ambos términos? 

¿Sería la estética el fenómeno grupal, que en el estilo se hace marca particular? 

¿Cómo se “construye” una estética? ¿Cómo se “hace” un estilo? ¿Dónde y cuándo se enlazan a la ética estos asuntos?

¿Detrás de toda estética hay una ética? 

Por estos derroteros andábamos cuando apareció la pregunta que nos permitiría recortar el tema, ¿la estética del psicoanálisis, existe?

¿Un análisis persigue cierta estética?, ¿o será que sin buscarla la encuentra?, ¿cómo la encuentra?, ¿ligada a qué estaría la estética en análisis? 
¿Hay una estética a construirse del lado del analizante?, ¿hay una estética peculiar del lado de cada analista?, ¿importa?, ¿por qué?, ¿para qué?, ¿podemos hablar de una estética del psicoanálisis del mismo modo en que hablamos de su ética?
¿Cuáles serían los elementos a partir de los cuales se conformarían esas estéticas?

Los invitamos a intercambiar preguntas, inquietudes, ideas, y de tener, ¡también respuestas! Vamos a estar pensando sobre estos asuntos los meses próximos.  

Sean ustedes bienvenidos al tema Estética y psicoanálisis en Langue Lengue.

Licenciado Lapsus Linguae: Susanita al diván


 Mayra Nebril

"Los pobres son pobres porque quieren. ¿No te das cuenta de que si encima de ser pobres, invierten en artículos de mala calidad, siempre van a ser pobres?" Susanita - Quino

Susanita se resistió a consultar con el Licenciado Lapsus Linguae durante muchos meses con argumentos clásicos: Yo puedo sola, No voy a hablar intimidades con un extraño, Es triste tener que pagarle a alguien para que te escuche, y Todos los psicólogos están locos.  Pero se decidió, cuando percibió que sus amigas tendían a esquivarla y que su madre no siempre le atendía el teléfono, lo cual la puso también a llorar hasta la deshidratación.  
Estaba tan llena de prejuicios, que cuando se abrió la puerta, alcanzó con que la estampa del Licenciado fuera humanamente armoniosa para que cambiara de idea, y sintiera agrado por el consultorio, la pipa, y el hombre. 

-        Hola, Licenciado.  Es un gusto conocerlo. – dijo parpadeando y sonriendo ampliamente.
-        Hola, Susana. – respondió el licenciado, que a pesar de que no se ganó un 0 km, reparó en que esta mujer se parecía a la otra, su pelo, su vestimenta, su maquillaje.
-        Ya lo sé – acotó ella adivinando el pensamiento de Lapsus – A todos les pasa.- y meneó la cabeza susurrando SSSHHHOOOCK.

“Esta mujer sabe dar espectáculos”, pensó el Licenciado “Será difícil dejarla saber quién es.”

-        Estoy muuuy angustiada, Licenciado, sino jamás estaría aquí con usted.  El mundo es un lugar injusto, usted ya lo sabe, ¿verdad?  El mundo es un agujero infecto – la mujer sonrió –... estoy aprendiendo palabras nuevas que me asaltan de repente.

El licenciado supo que hablaría poco en aquella entrevista, se arrellanó en la suave gamuza del sillón para continuar escuchando.

-        Resulta que recién a esta altura de mi vida vengo a descubrir qué horrible sitio es el universo.  Estoy que reviento de desolación e incredulidad.  ¿Y qué sentido tiene aprenderlo ahora? – frente al silencio atento de su espectador, continuó - ¡Ninguno! Pero ya no hay vuelta atrás.
-        ¿De qué no hay vuelta atrás, Susana? – agregó el Licenciado para sacudirse el pasmo de liebre encandilada que la mujer ocasionaba, pero parecía un guión, y su pregunta formaba parte del libreto.
-        Me divorcié hace dos años y mi vida cambió. Mis hijos son grandes, están encaminados. Mi situación económica es estable. Pero empecé a cuestionarme qué hacer de aquí en más. La gimnasia y las damas violetas no alcanzaban. Decidí, entonces, estudiar para ayudar a los carenciados.  Comencé la carrera de educadora social - la mujer cruzó las piernas, se acomodó el escote, y esperó la reacción de su interlocutor frente a esa exhibición; nada, ni siquiera un parpadeo, Lapsus sabe lo que hace - Mis compañeras eran tan desaliñadas, tan poco femeninas. Entonces surgió la posibilidad de hacer una pasantía en el I.N.A.U.  Tomé el desafío.  Pero fui a dar al lugar más espantoso que pueda imaginarse.

Se hizo un silencio.  Ella esperaba una intervención del Licenciado, quería estar segura de que él había mordido el anzuelo; que al menos su discurso era la tanza que tironeaba de su interés.

- Hice una crisis nerviosa hace un mes y no sé si le hará bien a mi salud mental regresar a ese antro. Quiero decidirlo hoy con usted.
- ¿Al I.N.A.U? - Susanita asintió- ¿Qué fue lo que le sucedió en esa pasantía?

- Una tarde me dije si estoy acá es porque tengo una misión que cumplir. Entonces junté a cuatro muchachas, internas privadas de libertad, y en el comedor les propuse realizar una actividad distendida.  Primero les enseñé algunas palabras en inglés, colores, animales, y tuve que acceder a traducir un par de malas palabras.  Ellas son así, Licenciado, tuve que negociar. ¡Eso las divertía! Después, cuando la atención decayó, les propuse hablar de cómo se vestían para una cita.  ¡Ay Licenciado no se imagina lo mal encaminadas que estaban esas adolescentes!  Analfabetas de la moda.  Me interrumpieron con los insultos que yo misma les había enseñado, pero uno debe ser comprensivo ¿no? Decidí entonces darles una clase de maquillaje. Me acerqué demasiado. Me agarraron entre las cuatro. Me desvistieron y me pusieron ropa de ellas. Un asco. Me imitaban y se carcajeaban. Les prometí regalarles ropa buena. Mía. Peor. Nada les alcanzaba. Luego la más grosera me maquilló, era tan desagradable su aliento que le pregunté si tenía gastritis. La catarata de insultos parecía interminable. Después me robaron la cartera y se fugaron.  Usaron mis tacos aguja como arma para amedrentar a los demás funcionarios.  Encima mis compañeros de trabajo, que nunca me aguantaron, me iniciaron en ese mismo momento un sumario. “Te dijimos que no podías tener tu cartera, y que tenías que venir con vestimenta cómoda”  Hice una crisis nerviosa y el psiquiatra me indicó licencia. 
- ¿Y entonces porqué volvería?
- Le explico, Lapsus, el asunto es que yo creía en el marido, los hijos, el perro y la estufa a leña. Y los tuve. Pero eran imágenes de cartón, ajenas, no sentía nada. ¿Entiende? Yo viví para recrear escenas de películas. Vi la Familia Ingalls y le pedí a mi marido una chacra marítima en José Ignacio. Los primeros dos meses hice dulces y conservas (por supuesto que con ayuda, obvio!!!) pero no fui feliz, ni cuando reía. ¿Me sigue? Después vi Ghost, me compré el torno y usaba la camisa de mi marido con bombachas igualitas a las que usó Demi Moore, pero ni cerca en sentimiento y tampoco aprendía a hacer cerámica; podría seguir y seguir, ¿comprende? Ahora mismo, con usted, estoy en un thriller con mi psicoanalista esperando el desenlace de la escena.  Por eso cuando me divorcié dije “Susanita, ahora sí, el mundo real”.  Y en el INAU la realidad está, existe, y eso en algún punto me es necesario. Pero tengo terror de volver.

“Burdo – pensó Lapsus – y ridículamente tierno.”

- En principio vamos a tener que ampliar su gama de filmes, ¿le parece?, para que acceda al menos artificialmente a otra gama de afectos. Podría probar con González Iñarritu, Quentin Tarantino o los hermanos Coen, incluso anímese a Almodóvar. La veo la semana próxima y me cuenta. – dijo el Licenciado poniéndose de pie antes de que la mujer pudiera anticiparlo.  

Susanita sonrió, le gustaba que su psicoanalista estuviera decidido a salirse del guión. 
Eran buenas las películas de final abierto, pensó, por fortuna en su videoclub las cuponeras anuales estaban de oferta.

Licenciado Lapsus Linguae: Mafalda al diván


Mayra Nebril

“¡Sonamos muchachos! ¡Resulta que si uno no se apura a cambiar el mundo, después es el mundo el que lo cambia a uno!”  Mafalda, Quino.

Mafalda fue la primera paciente a la que el Licenciado accedió a llamar por su apodo.

Si bien fue difícil que se flexibilizara, ya que seguir las reglas suele ser camino seguro, percibió que de seguir llamándola por su nombre de pila se quedaría sin conocer a esa mujer tan peculiar.

“Dígame Mafalda y tutéeme. No podría contarte lo más íntimo de mi vida y escucharte preguntarme: ¿Y usted qué piensa María de los Socorros?, ¿entiende?”

El Licenciado hizo la asociación pertinente, sonrió, y tomó la decisión en voz alta.
“Mi nombre es Licenciado Lapsus Linguae y no Armiño Cande, así que la llamaré Mafalda; pero sobre el tuteo, tengo que evaluarlo con más tiempo. ¿Sabe lo que quiere decir ortodoxo? Orto –Recta, Doxa -Opinión, opinión recta, opinión asumida en la repetición, opinión naturalizada. Es así porque sí, es así porque es obvio que tiene que ser así, cuando se hace algo sin saber los motivos por los que se lo hace, eso es la ortodoxia. ¿Me sigue? Y en ese punto, me reconozco ortodoxo, Mafalda, y por lo tanto aun no me quedaría cómodo tutearla, debo pensarlo.”

Y tras una breve pausa ensayó:

-        Mafalda, dígame, ¿qué la trae a analizarse?

Mafalda sonrió, le dio ternura la negociación realizada con tanta honestidad, no le gustaba la ortodoxia, pero el acto de sinceridad mitigaba la impresión de rigidez acerca del Licenciado.  Además la mujer había hecho anteriormente dos entrevistas con psicólogos en las que no se había sentido cómoda. Mafalda recordó al psicólogo que la convidaba con mate, fumaba en sesión y no sólo la tuteó sino que le contó su vida con voracidad, ¡pobre hombre si ustedes supieran todo lo que le pasaba!; y la querible psicóloga a la que se le llenaron los ojos de lágrimas apenas Mafalda empezó a contar de su tristeza, y la invitó a hacer un “viaje” a sus vidas pasadas o a tirarse los buzios para espantar envidias. 

“Difícil el mercado psicológico”, pensó Mafalda, “Lapsus es una buena elección”. Decidió quedarse y creer. 

-        Hace dos meses cumplí cuarenta años y estoy sumergida en una crisis que me tiene a medio bajarme de este mundo, Licenciado. Es tan patético cumplir cuarenta.  Uno se siente taaaaan vulgar.  La misma crisis tonta de todos.  Uy, qué horror las arrugas, qué feas las várices, qué hago con la ley de gravedad, pasé por una obra y ni chistaron.  Ridículo decir lo que dicen todos, ¿no? Somos como un ejemplar más de la serie, una cuarentona en crisis, una gran estupidez. Y entonces se viene al psicólogo, uno que tenga más de cuarenta, porque es bueno ir al psicoanalista. ¡Otro cliché!

“Esta mujer va a lograr deprimirme” sentenció Lapsus en su silencio, pero aun así le interesaba escucharla; asunto a analizar con tiempo y espacio, el masoquismo implícito en la profesión de psicoanalista.

-        Le voy a confesar algo muy tonto. Empecé a verme rara en el espejo. Mi imagen reflejaba una cierta extrañeza, como si hubiese cortado la intimidad conmigo, ¿sabe? Me preocupó, tal vez se trataba de una enfermedad, pero de pronto me di cuenta de que era otra cosa. Mis arrugas. No las podía integrar a mí. Ni este pelo que después de haber peleado con él durante treinta años, pierde su rebeldía y su terquedad y se pega a mi cara. Le conté a mi marido, pero ¿vio cómo son los hombres? Felipe es un buenazo, pero él me dice “Ta Gorda, es así la cosa.”  ¡Qué me viene a decir bobadas! Se acaba de poner brackets, y además arrancó a ir al gimnasio de Manolito, un amigo que después de cumplir el sueño del supermercado propio, puso una cadena de fitness, los Manolitics gym. ¡Otro con el viejazo! Es decadente, Licenciado, porque además yo nunca arranqué para lo físico, y ahora veo que no fue una buena manera de razonar. Con cuarenta años ¿no será una caída estrepitosa, ceder a esa trinchera que me ha protegido la vida entera? Si a los veinte alcanzaba con leer a Nietzsche y a los treinta con Schopenhauer y Spinoza, ¿por qué no será posible matar el abismo del envejecimiento con Proust, Barthes y Lacan? Me marchito, Licenciado, lo siento, lo sé y no lo soporto. 

Mafalda se largó a llorar con la fuerza con la que llora una niña cuando le arrebatan su chupachupa.

-        ¿Y no hubo ganancia con la edad? ¿Qué ha pasado con las cuestiones que le daban rumbo a su vida, Mafalda?
-        Sabe que termino dándole la razón a Susanita. Hemos sido amigas y contrincantes siempre, de esas personas con  la que uno se mide para fijar posición opuesta. Ella cultivó con esmero su belleza y esperó hasta encontrar un marido rico. Tuvo dos hijos con él, compró bienes y viajó, compró bienes más grandes. Ahora se divorció, se recauchutó, se puso lentes y empezó la facultad. Va a recibirse, ¿entiende? Supongo que me equivoqué de orden, pero ahora ya está.
-        ¿Y por qué no se opera?, ¿o va un spagimnasio?, ¿o a una buena peluquería?

En el rostro de Mafalda gobernó el desconcierto, pero no atinó a articular palabra.

-        ¿Tan rara le parece la sugerencia?, ¿es qué nunca se lo planteó realmente?, ¿existen alternativas para usted?

La mujer seguía con los ojos ensimismados, buscando en su interior una respuesta sensata, ella también había sido ortodoxa en ese punto, siempre dijo que no sería de esas mujeres, que estaba en contra de blablablá pero le faltaban argumentos ahora que el almanaque le cantó los cuarenta. 

-        Su silencio habla a los gritos, ¿no le parece? –dijo el Licenciado que se sentía satisfecho de haber logrado que Mafalda renovara sus preguntas, aun cuando la interrogante fuera un bumerang que lo sacudía también a él, de eso se trata su oficio y el Licenciado sabe prestarse al juego, juego que incluye conseguir cita para él mismo con un esteticista - Es hora de que ponga a hablar a sus certezas, Mafalda, y decida si vuelve a prestarles sentido o si en su lugar las cambia por otras. La ortodoxia después de los cuarenta nos sienta fatal, ¿a usted no le parece? 

Mafalda y el Licenciado se amalgamaron en una fresca y espontanea carcajada que selló el comienzo de un análisis que pretende embellecerlos con cierta ortodoxia.

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